Mi corazón ha muerto en una nota,
sucia, en el pentagrama del verano;
en la noche de agosto, con un vano
propósito de alzarse a una alta cota.
Entre turbios fantasmas, la derrota
de los dioses impíos, el lejano
grito de los ausentes y el profano
sonido de una música remota.
¿Y qué otros dioses quedan en la oscura
mazmorra, donde yace la estructura
de los sueños –tan tristes– y perdidos?
En esta noche larga, la ceniza
de los años se posa, se desliza,
hacia otros escenarios ya cumplidos.



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