Una vista privada.
Un padecimiento exclusivo.
Un malestar persistente.
Filoso. Penetrante.
Invisible, más que nada.
Pero tangible en el cuerpo,
la mirada.
Síntomas que se integran
a tu nombre.
Atacan los tejidos, la piel
y su muralla.
Frenan el impulso de la sangre:
desembocan en la herida.
Desintegran el puente que une tus manos
–el punto de encuentro contigo–.
La mitad del día son
señal de una enfermedad
autoinmune.
El resto, no lo sabes aún.
¿Quién eres sin ellos?

Celic Rosas
@celic.rosas
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