Ya no escuchaba los pájaros por la mañana, el sol dejó de acariciar mi cuerpo. La sonrisa de mis labios había desaparecido y en la escasa luz de mis ojos, se dibujaba la ansiedad. Sudores y temblores recorrían todo mi cuerpo en cada despertar, tras una horrible pesadilla. En mi deseo cabía soñar despierto, arrancarle el final al sueño y convertirlo en eterno. Un sueño jamás soñado, pero sí deseado, que me ayudara a liberarme y conseguir la paz.
De entre mis delirios, vi alejarse a mi voluntad junto a mi autoestima. No había buenas perspectivas de que fueran aparecer y eso no era un sueño. Ocupaba todo mi tiempo en conseguir la sangre que mi ajetreado corazón necesita para seguir latiendo, imprescindible para poder seguir adelante y hacer desaparecer ese dolor que recorría mis entrañas y parecía partirme en dos mis huesos. Quizás un día, me acabe acostumbrando y hasta lo disfrute, pero jamás como lo hice en mi vida anterior.
Por: Jordi Cabré Carbó (España)
jordicabre-33.blogspot.com.es
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