Dibujé en la arena la silueta uniforme
del destino, dejando un hueco en el silencio,
para que el mar lo llenara de espuma.
Las conchas eran escamas,
del gran pez pescador de sueños,
y las piedras eran ventanas,
entreabiertas en el firmamento.
Dos estrellas de mar en las manos,
danza ritual, compás del viento,
y los ojos, dos luceros, brillaban
azules de sal y marineros.
Vienen corales, de sol escarchado,
que reverberan en la lejanía,
en la inmensidad del brillo plateado.
Y en eso de estar recordando,
un golpe de mar traicionero,
y a la vez, del todo, afortunado,
despierta al hombre del sueño,
arrebata al hombre el pasado.
Viene y va la marea andante
por el callejón oculto de la playa,
borrando, de todo caminante,
las huellas de vida saldada
y trayendo, a la orilla cercana,
el vidrio blanco y brillante,
de espuma de agua salada,
para bañar al olvido, lejano y distante,
con misivas y letras esperanzadas,
de buenas nuevas, nuevos mensajes,
y una vida viajando embotellada.



Deja un comentario