En el vientre eterno,
de mis sueños escondido,
busco la niñez perdida,
para poder dormir tranquilo.
Y me embruja el olor a madre
y me atraen aquellos mimos,
con los que cuidaba la vida,
con dulzura y con cariño,
con miradas de mimbre,
con ramitas de olivos,
con susurros de diosa,
para acunar a su niño.
Y amamanta el pecho el alma
de aquel bien nacido,
para acallar el llanto sonoro,
y con la luna dormirlo.
Y la madre lo mira y sonríe,
y lo llama ¡corazón mío¡
y lo besa y le dice:
Duérmete con calma,
que estoy aquí contigo,
que te arrullo, que te adoro,
que ofrezco mi vida,
para que estés siempre vivo,
que has crecido en mi ser,
y doy gracias a Dios bendito,
que siempre seré tu madre,
que siempre serás mi hijo.



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