La extraviaron hacia un lugar inefable las notas que emanaban, de forma casi fantástica, de ese discman que solía transportarla a los vertiginosos caminos de su mente. Lo guardó con cuidado dentro de su bolso, junto a su papelerío y esa libreta con anotaciones que nunca podía encontrarse ausente; y con los cables irradiando sonido dentro de su cavidad auditiva, emprendió viaje sintiéndose casi magnífica.
Y puede llegar a ser extraño cómo todos sus idilios se entrecruzaron dentro de su pensamiento, como si este fuese un paraje donde albergaba a sus espectros más dolientes, que construía con la emoción, transfundiendo sangre, recorriendo su cuerpo hasta hacerla explotar de ideas, de historias, de imaginería. Puede, también, transitar las calles encontrando sentido en cada paso de su recorrido paralelo de la realidad; como una cría, tonta e inocente, cuyo advenimiento al mundo resultó ser una especie de pantomima de la creación.
Puede eso y más cuando el sonido irradia una embriagante sustancia, que penetra y estimula su cuerpo, como el efecto de un narcótico que la lleva a consumar el trance de lo que puede llegar a ser tan solo increíble.
Por eso caminó sin rumbo, acompañada solo del encanto de sentir un poco de nostalgia al escuchar su presente melodía.
Por: Male Biangardi (Argentina)
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