Una mañana de septiembre, tú en tu sitio y yo en el mío.
Te visitó un dejo de inspiración y en ese instante mi vida sonrió.
Por primera y única vez las palabras me abrazaron en la más hermosa de las metáforas.
No te di las gracias
Me sentí indigna de causar esa melodía,
Incluso, escéptica ante lo evidente.
¿Qué pasaba por tu mente aquel otoño?
¿Tuvo sentido la palabra empeñada?
Quiero pensar que los silencios se hicieron canción
Para revelar lo inconfesable
Más allá de un gesto amable
Te lo pidió tu corazón.
«¿Y si me muero mañana?» -seguro pensó-
Y dió rienda suelta a la inspiración.
Cantar e inmortalizar un sentimiento
Te condenó conmigo a la poesía eterna
Al ineludible ruido del amor
Mientras mi memoria te encuentre hasta en el último recuerdo
Mientras mi corazón pueda vibrar
Mientras mi alma me habite.
Para mí valió la pena vivir para cantar qué sucedió
Escribir una historia que murió sin enterrarse
Y que vive en cada onda de aire, de mar, de cielo
Porque su testamento fue canción.
Tú en tu sitio, y yo en el mío,
Como aquel día, como siempre
En medio de la antítesis le abriste paso a la inspiración
Abrumado o tal vez lleno de emoción
Prendiste con versos el micrófono de tu corazón.
Quiero pensar que las musas se anclan y no desaparecen
Que los sentimientos son atemporales y nada borra su huella
Que tus pulmones se inflan y tu sonrisa se dibuja
Cuando acaricias la guitarra para cantar aquellos versos que le compusiste a «ella».



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