Se quiebra el sentido de la noche,
con las palmas abiertas,
el alma en carne viva
y la mirada de agua,
que fluye lentamente
en ese amanecer sombrío.
Todo se marchita en la hoguera:
la dulce carta perfumada,
el lazo entregado
la caricia infinita
el roce de tu piel,
los labios apasionados
el eco de tus ojos
y el adiós furtivo.
Tras un portazo definitivo,
cual puñalada fría,
silente e inesperada.
Nada queda, es el fin,
sólo el vacío de tu ausencia,
la soledad y el llanto.



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