Empezó como empiezan todas las cosas bonitas: con el sol de cara y el viento a favor.
Las velas totalmente desplegadas rugían con la intensidad de su pasión, comprometiendo con cada acometida la estabilidad del timón. Variaban el rumbo cada día, manteniéndose fieles solo a sus brújulas perdidas en el deseo, llenas de ilusión, rebosantes cuando se trataba de libertad.
Hasta que se les quebró.
En algún punto las aguas embravecidas de ese mar emocional que era su relación se les perdió la ilusión en el fondo de los Levi′s raídos de los noventa de él. Se les perdió, pero lo peor es que no supieron estar a la altura y recobrar el rumbo. Fueron a la deriva, sin encontrar puerto seguro donde atracar, esperando que la marea guiase su avance, que la luna iluminara la travesía incierta que ya ninguno estaba seguro de querer navegar.
Y lo tiraron todo por la borda.
Aquello que había comenzado con el sol de cara y el viento a favor, se convirtió en una vieja leyenda de los mares, un cuento para niños que las madres siguen contando a sus hijas en las noches de tormenta y marejada.



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