Inmóvil

Susana esperaba despertar en cualquier momento. Aquello solo podía ser un sueño, o mejor dicho, una pesadilla. Era incapaz de mover ni una articulación, y no sabía si no podía ver o era abrir los ojos lo que no conseguía. Intentaba hablar pero tampoco su boca realizaba ningún movimiento.

Desconocía cuánto tiempo llevaba así, pero se le antojaba una eternidad. La angustia iba arrasando con todo resto de paciencia que pudiera aún conservar. Respiraba con rapidez y tenía la sensación de que sus pulmones no se llenaban por completo.

Se decía que, sea lo que fuera lo que le estuviera ocurriendo, debía intentar mantener la calma y tener paciencia. Alguien la ayudaría. «Mamá», pensó. Tal vez no pareciera muy maduro que a sus treinta y dos años pensara en su madre cuando necesitaba ayuda, pero era ella quien le pasaba por la mente. Recordó algo que hacía mucho había leído en un artículo: que muchas personas ya ancianas, cuando enfermaban e incluso en su lecho de muerte, llamaban a sus madres.

«Oh, dios mío» pensó, «¿no me estaré muriendo?». Entonces un fogonazo iluminó durante un segundo su mente, lo justo para abrir una brecha de lucidez que poco a poco se fue agrandando. Se acordó de lo que había pasado, por qué estaba en esa situación. Su corazón, asustado, aceleró el ritmo y los latidos resonaron en el pecho de Susana.

El miércoles había quedado con Irene y Sonia para ir de compras al centro comercial. Pasaron la tarde de tienda en tienda, después se sentaron en una terraza para tomar un café y hablar con tranquilidad. Sobre las ocho y media Sonia se despidió de ellas con un beso en la mejilla y la promesa de repetirlo pronto. Cruzó la carretera hasta su coche, que estaba aparcado al otro lado, y se sentó en el asiento del conductor. Antes de que arrancara, Susana se dio cuenta de que había olvidado una bolsa. La cogió y salió corriendo, llamándola y haciendo gestos con los brazos. Oyó gritos y un frenazo y sintió un golpe.

Lo siguiente que recuerda es escuchar voces y ver claridad a través de sus párpados cerrados. «Entonces sí que puedo ver, lo que no puedo hacer es abrir los ojos».  No podía moverse ni decir nada, sentía frío y miedo. Por el tipo de sonidos dedujo que estaba en el hospital; una voz femenina indicó a alguien que la llevara a la resonancia magnética y al cabo de un rato notó que la movían. Escuchó durante mucho rato los incómodos y estridentes ruidos de esa máquina. Tras la prueba, otra vez movimiento hasta —imaginó— su habitación. Estaba muy cansada y enseguida le venció el sueño.

Ahora no distinguía nada de claridad ni oía nada, por lo que dedujo que era de noche. Se dijo que debía estar tranquila, se encontraba en un hospital y allí la curarían, solo era cuestión de tiempo. Confiaba en que fuera rápido, porque además de la angustia también sentía que le iba faltando el aire.

Metro y medio por encima de donde se encontraba Susana, su madre se arrodilló y colocó en el suelo, muy despacio y con la mirada perdida, una rosa roja. Permaneció unos minutos con la palma de la mano sobre la tierra recién removida, para después romper a llorar con el desconsuelo con que solo una madre que ha perdido a su hija puede hacerlo.

 

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14 respuestas a “Inmóvil”

  1. ¡Luna!, Que bárbara ¡muy bueno!, me erizó la piel 👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼

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  2. Ufff… Se me ha hecho agónico. En mi caso, además, que he pasado buena parte de la vida en hospitales, esta clase de relatos me aterran.

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    1. Oh, lo siento, aunque anima saber que transmite 🙂

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  3. Avatar de José Carlos Mena
    José Carlos Mena

    Ufff, muy bueno. ¡Enhorabuena!

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  4. Mmm! Como siempre… ese final inesperado.
    Saluditos Luna! 😉

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    1. ¡Hacía tiempo! Qué bueno leerte 😉

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      1. Mucho trabajo y el fallecimiento de mi padre; por eso he andado perdido de aquí. A ver si voy retomando el ritmo. 🙂

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      2. Vaya, lo siento mucho… Mucho ánimo

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