Abre tus labios así, suavemente, hasta que su boca se adecue a la apertura exacta del caramelo que sostienes en tus manos. No te preocupes si tu saliva hace contacto con el dulce que ahora disfrutas, después de todo terminará desfaciéndose en tu boca tarde o temprano derramando todo su interior en tu garganta.
En este punto poco importará que el pintalabios siga o no intacto, que tu maquillaje se haya corrido o si tu blusa termine embarrada de crema batida, porque lo superficial se olvida con un par de cucharadas de azúcar o una probada de miel, de esa con la que revistes tu piel cuando me ves, que puede volverse agua.
Deja que se derrita entre tus dedos toda mi esencia como chocolate fundido, que cubra cada uno de tus rincones y apacigüe todos los deseos que la lascivia ha traído a la habitación. Que descienda sobre mi la dulce mermelada que emana cada vez que mi lengua roza tu dona, regocijándose con cada probada de su delicioso sabor.
No quedará rastro alguno del sugar glass que ahora te adorna. Me dedicaré por completo a removerlo con mis manos y descubrir todo lo que ocultas tras esa capa de glaseado, para comprobar si tienes el interior lleno de malvaviscos, de mentas o caramelos de colores y deleitar con ellos mis sentidos.
Ven, deja que me deslice por las montañas de helado de fresa que crecen en tu pecho, mientras siento como se derriten por culpa del calor de nuestros cuerpos, permítete colocarlas en mi boca y comerlas de un bocado aunque se me enfríe el cerebro en el proceso. Quiero inyectar en mi interior todo tu néctar aunque eso pueda significar que me muera de diabetes por tu amor.
No me extraña que se derrita a mi también me pasaría. Enhorabuena
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