Dos euros no pagas solo por una tostada;
dos euros por saborearla con el sol
alimentando tu estómago
y tu mirada.
Dos euros por la fortuna
de tener la posibilidad de poder pagarla,
unas manos para agarrarla y
un paladar activo para degustarla
(gracias a quienes hicieron arte de la necesidad).
Dos euros por tratar de llenar el vacío
que deja la noticia de que otra mujer ha desaparecido;
este bar veraniego
está repleto de frío.
Dos euros pagas
para digerir con más facilidad
que cuando le dices “adiós” a tu amiga o hermana,
nadie te asegura que no sea el último.
Dos euros por disfrutar de la compañía,
no importa si la tuya o la propia mía,
pero sintiendo en mi alma a la feliz primavera.
Así que, por favor,
la próxima vez que pagues una tostada,
no pienses en su precio, sino en su valor:
esto es como las edades,
que no importan los números,
sino los corazones
y su interior.
Escúchame,
cuando comas una tostada,
acuérdate de mí y del campesino
que el tomate plantó,
y de esas olivitas que parecen ojos
y que producen un aceite que el pan viste de oro.
Que aproveche [la vida].
Deja una respuesta