Se decía que aquí habitaban los dioses olímpicos,
que el clima siempre era temple,
que aquí se bebía ambrosía y néctar,
que pasado el invierno llegaría Perséfone,
que aquí los dioses gobernaban al destino del hombre
y que aquí los dioses festejaban sus banquetes,
en esta acrópolis luminosa.
Ahora veo que detrás del mito de los dioses
no hay más que desierto rojo, estéril,
arrebatado de su fertilidad
por los violentos azotes de la luz solar.
Y así, varado en este planeta alienígena,
veo que detrás del mito del progreso
y la tecnología del hombre,
se encuentra el mismo baldío rojo y estéril.
Detrás de los esfuerzos de exploración,
el eterno baldío.
Quizás debería dedicarme
a la veneración de los dioses falsos,
pues los dioses de la ciencia
me han abandonado
en la interminable aridez
del suelo marciano.
