Éramos las migajas, la naturaleza muerta y esa cotidiana manera de quebrarnos. Nos pulverizamos. El final nunca es sencillo. Te vas de mi vida y no hay mucho por hacer. Hay un beso de despedida: largo y marchito. Resides en mi boca, en todo mi cuerpo.
Sé que te quedas -entre tantas otras cosas-, con las lágrimas sucumbidas en mi ombligo solitario y vacío. No las quiero de vuelta. No las quiero ni como castigo.



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