No había salida,
ningún resquicio,
no existía una puerta,
ningún vericueto,
ninguna solapa
por la que se colara el aire.
No había caricias,
ningún detalle,
solo desierto,
en la noche oscura.
La basura
mutilando las calles,
la maleza
entre la bruma
y un sudor frío
que se perlaba en pesares.
Una mueca en la luna,
una noche apagada,
una huella que rompe
tu presencia amarga.
La desolación presente
en los libros,
un apósito
que cubre el desaire,
y un tiempo de improvisto
que rompió de tristeza la tarde.
No había recambio,
ni alternativa,
ni sueños
para hipotecarse,
solo una pena presente,
artera e imprudente,
que busca siempre
la lágrima
la sal y la cimiente,
la congoja en el bisturí
y una duda en la frente.
El pesar oscurece el cielo
y la mirada sufre silente;
el tiempo ya no existe,
el reloj se detiene,
y el camino se quiebra
ante el sol que se oscurece.
Llevo pesar en mi pecho,
pesar en mi mente
pesar que pesa demasiado,
y que rompe el dolor de mi suerte.