Acá, ermitaño en este cubo oscuro,
de ladrillos desprolijos y recuerdos;
de penosas melodías que retumban,
expongo mi manifiesto prematuro.
Escribo para perpetuar en la tinta.
En su volatilidad infame;
en su relación mortal con el agua;
su amorío detestable con la ropa;
para que quienes me sobrevivan,
disfruten la eternidad de mi alma.
Si algún día te das cuenta, niña,
de que mis valores, tan míos, se ahogan
en las profundidades de la nada,
en la densidad insípida de lo material.
Si mis oídos ensordecen antes
que el callar de mi garganta;
antes incluso, que los relámpagos
inevitables y constantes del tiempo;
si mis manos, tan tuyas, ennegrecidas,
no tienen tregua cuando sea el juicio.
Si las plantas cansadas de mis pies,
coquetean con un ángulo recto,
que deje a mis rodillas arraigadas,
o mordiendo el suelo, compañera.
Si tus ojos, como dos perros de caza,
corren detrás de los míos, tan presos.
Y los acorralan entre mis párpados;
y ven en mi mirada, tan evidente,
que el fuego propio de las palabras
poco a poco se consume. Desaparece.
Si me miras y no me encuentras,
aunque mi cuerpo esté a tu lado.
Si me hablas y no reacciono
a la dulce melodía de tu voz.
Si notas alguna tarde, de repente,
que mis ideas y mis acciones,
aguas del mismo río, se bifurcan.
Como adquiriendo distintas densidades.
Que no confluyen en un mismo punto,
ni se dirigen hacia el mismo puerto.
Si una noche, descubres horrorizada
que no creo en nada, ni siquiera en vos.
Si los sueños que cultivé en mis sienes,
notas que me quedan grandes, holgados.
Si ocurre algo de todo esto, compañera,
en estas palabras, mi manifiesto,
dejo las instrucciones para tu accionar.
Carga tus labios rojizos de pólvora,
apuntando en la comisura de mi boca,
y al disparar, querida, no vuelvas más.
Deja un comentario