Ella era indomable, pero no lo sabía. Hacía temblar el suelo a cada paso, aun cuando caminaba con delicadeza y encanto. Escondía una fuente de coraje y valentía que le brotaba dentro y de vez en cuando afloraba al exterior.
Ella era amante de la luna y la miraba con respeto, como quien mira a un superviviente que ha salido ileso de incontables guerras. Hablaba con ella, intentado averiguar qué le contestaría si pudiera hacerlo, cuál sería la respuesta de quien lo ha visto todo, girando incansable alrededor de un mismo planeta, manteniéndose siempre fiel.
Entonces, le surgió una duda: ¿si esa luna pudiera escapar, lo habría hecho? ¿Deseaba permanecer ahí o se había visto atrapada sin remedio, condenada a hacer un mismo recorrido eternamente, a olvidarse de sí misma…?
No sabía nada de su luna, al fin y al cabo, sus conversaciones no dejaban de ser monólogos o algo semejante al guion de una obra teatral encerrada en un cajón tras ser escrita —solo su autor conoce el contenido—.
Pero fue entonces, después de esa pregunta, cuando súbitamente dejó de creer en ciertos finales felices, al ser consciente de que hay historias que se narran para esconder la verdad —aunque no lo parezca— y que hay verdades que, por más que duelan, deben salir a la luz.
Caramba, me ha sorprendido tu enfoque, tan original, sobre nuestra antigua compañera. Y he disfrutado tus reflexiones , que comparto, aún cuando no sea capaz de plasmarlas en palabras de forma tan bella y concisa. Muchas gracias y un saludo.
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