Ni a oscuras ni a plena luz. Es como una representación natural del delicado límite desafiante del pasar de una a otra cosa. Una delgada línea invisible, pero que tenemos el privilegio de contemplar.
El momento previo antes de la vida, del seguir viviendo. Un ritual, el más antiguo de cualquier siglo. Millones de eras, pero único cada vez. Como momento uno de los más serenos, sosteniendo a la paz universal. Pero si nos descuidamos es fugaz. Efímero, y sabiendo que es cíclico no nos preocupamos. Pido perdón por esas veces.
El olor es diferente, hay un no sé qué. Una tensión que dura tanto y poco a la vez. Las primeras manchas, que se estiran y se mezclan con lo ya estacionado. Los primeros brillos, sutiles, lejos de ser débiles, preparados y fuertes.
El suspenso, la espera. Lentitud aclamada. Más manchas, formando colores divinos, únicos.
Sólo puedo sentarme y aguardar. Ningún pensamiento, y si los hay no son en forma de palabras porque no las tengo. Correrse de la lógica y la razón para simplemente mirar. Que nada de simple tiene. Si te dejas llevar, una explosión de sensaciones. Tambores, cantos, suenan y resuenan. Y llega. Bendita bola de fuego. Humildad inhumana. Sin hacer ruido, sin apuros, se va posicionando. Sagrada, lo sabe, pero no habla. Sólo entristece por el poco público de hoy, pero aguarda llena de esperanzas al de mañana.
Ritual en el cielo

Miles de años y aún no hemos atrapado en verso un alba
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