Carta de recomendación

Es un buen muchacho,
algo triste, sí,
algo loco.
Un poco soñador,
pero trabaja.
Poeta (no mucho, solo a diario).
Casi no llora,
casi no se queja,
casi no come y, cuando sí,
lo hace de la palma, calladito.
Es limpio
y más o menos gracioso;
lector, pero se las arregla.
Gusta de cantar
y aunque no afina,
compone muy bonitas letras.

Joven o viejo según se requiera.
Conversa
o no conversa.
Le avisa el clima (ya tarde),
le despierta (ya tarde),
le aconseja (ya tarde).
Se preocupa
y hasta se encariña si usted quiere.
Y organiza funerales (cero experiencia).
Tiene dos oídos y dos ojos,
oídos que saben escuchar
y ojos que saben tomar fotografías.

También pinta
y no necesita brocha,
pues usa el dedo.
Nada en espacios controlados,
pero se asusta cuando alguien se ahoga,
o cuando alguien grita,
o cuando alguien muere.
Es temeroso,
hay que decir lo cierto,
y le teme a las palabras más que nada.
Fantasma,
padres,
matemática
y ropero
son solo algunas de las vetadas.

Ríe.
A veces puedes escucharlo riendo
y diciendo que es feliz,
aunque es mentira.
Duerme de once a cinco
y únicamente perturban su horario
los añejos recuerdos de su vida
de astronauta.
Fue gobernador,
y marinero,
y jinete
y cuentacuentos,
y conserva todas las habilidades
de sus empleos anteriores.

Sabe usar la máquina de escribir
aunque solo maneja un idioma:
el suyo.
Los monitores tecnológicos
le incendian las retinas,
por lo que solamente debe tratar
con ellos por ratos.
Es comunista,
pero solo de pensamiento,
ya se ha acostumbrado a las desgracias
de la vida.
Trabaja hasta por el sueldo mínimo,
necesita dinero para mantener a su novia,
la soledad.

Escribe,
no obstante es flojo y no termina los renglones.
Después de escribir,
siempre
(siempre)
se enreda un poquito en él mismo
y parece que llora,
pero no.

Es católico de herencia,
y está confundido,
también por herencia.

Es muchas cosas,
y a pesar de ellas,
o tal vez por ellas,
es un buen muchacho.