El rayo que partió la rama,
era más rama que rayo,
y la rama era pura energía.
En su impacto invisible,
quedaron al descubierto
mis vulnerables entrañas.
Tus ojos fijos y labios eternos;
tus manos temblorosas
eran más mías que tuyas.
Pero yo no era de nadie.
El tiempo se derramó inexorable,
como un río que nace de una copa
y muere en las grietas del suelo,
en la tierra árida de un otoño seco.
Los miedos brotan de un árbol
que pare frutas indefensas.



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