Escucho las canciones que me recomendaste y entro en el bucle que, supongo, querías crear en mí. Me hiciste guardar silencio mientras las melodías se adueñaban de todo mi ser y hacían lo que querían con mis entrañas. Ahora diferentes, ahora teñidas de colores.
Me dejaste con los ojos vendados frente a ti, diciéndome que confiara en que tu esencia nunca se iría, aunque yo no fuera capaz de verte. Que permanecerías junto a mí, a pesar de los huracanes que amenazaran con alejarte.
Y es que, por mucho que limpies el polvo sobre la estantería, en poco tiempo volverá a ocupar el lugar que le corresponde, por mucho que le mandes irse, por poco que le quieras allí.
Y llega el día en el que te acostumbras tanto a su presencia que no logras entender cómo no aparece. Es entonces cuando te topas con nuevas motas, ya no de polvo, ya son otra cosa; pero no sabes qué son, ni para qué han venido. Y te reconfortan. Escriben una nueva melodía y entras en otros bucles, que te hacen olvidar las estrofas de sus canciones y los bucles de su pelo.
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