Te busco en el tierno color blanco de las nubes
porque veo en ellas tu cabello de algodón,
y te siento a mi lado
susurrándome todos tus planes conmigo.
Te busco en las revistas de aviones que coleccionabas
y recuerdo que esperabas con ilusión el día de encontrar mi firma en una de ellas,
y te extraño con tanta fuerza,
como si la física y la gravedad estuvieran de mi parte y me dejaran atraerte.
Te busco y veo en los monumentos de tu ciudad,
la que te llenaba de orgullo,
la que esconde tus recuerdos,
la que guarda tus historias quijotescas,
la que querías mostrarme y ahora me toca visitar sola.
Llegué a la plaza de las postales que me enviabas,
vine a admirar el paisaje y me encontré con los pasos que dejaste.
El nudo de mi garganta lleva tu nombre y me obliga a escribirte,
tengo un stock de amor y agradecimientos que no te terminé de dar.
Dedicado a mi viejo, el viajero que no regresó
Maravillosa y sensible entrada, destilando ternura! Es lo que nos dejan aquellos omnipresentes, que nos han dado como enseñanza habernos dados las alas y ayudarnos a volar. Piensa que siempre se encuentran alrededor nuestro, aunque no lo veamos. De lo contrario la vida en si misma, seria muy vana. Un cálido saludo.
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Muchísimas gracias por tus palabras, tienes toda la razón. Mi viajero está en todas partes, especialmente en el altar de mi inspiración. Un abrazo para tí.
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¡Qué conmovedor! Seguro que ese gran viajero te seguirá acompañando en todos tus viajes… Porque hay personas que aunque no estén, siempre están. Preciosas palabras. Un saludo 🙂
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Gracias lavie, cuánto gusto me da que te gustaran y conmovieran mis palabras, vienen desde el fondo de mi corazón. Te mando un gran abrazo.
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