El argumento de la historia,
el psicoanálisis de la ceniza que cubre
mis labios y mi frente,
la terca querencia de los nombres,
precisos y exactos,
con los que denomino las fronteras
que delimitan,
con su torpe afán didáctico,
las pocas certezas en las que todavía
confió, sin mucha expectación
y sin anhelo.
La trama en la que consumo
el sagrado fuego,
el éxtasis de la piel acariciada,
una y otra vez,
para perdurar, para alejar el moho,
la podredumbre que rodea
el lecho nupcial ,
la insólita y mística celebración;
la trama, el argumento de la obra,
este cáliz que apuro,
sorbo a sorbo,
para ahuyentar la muerte,
el silencio, inaudible, de la nada.

Deja una respuesta