Un día, el amor nos abandona,
oculto por las sombras de lo cotidiano,
huye por los senderos descritos
en un diario de tediosas rutinas
(quizá nunca había estado aquí).
Una tarde, herimos los pies
en una alfombra de vajillas rotas;
sangran los oídos que ya no escuchan
el sereno susurro de canciones y poemas
de cuando el amor moraba aquí
(salvo que fuera una mera sombra
sobre una pared en ruinas).
Cierta noche contemplamos la luna,
rastreamos el recuerdo del rostro
alegre y de pocas primaveras,
cuando todo era hermoso, inmutable,
y el futuro una saca profunda de posibilidades,
antes de que el amor marchara a deshora
con todas las cosas de valor,
dejando solo celos y rabia
(suponiendo que viviera con nosotros de verdad
y no fuera su canto el ulular del viento
antes de romper el alba).
Hasta que amanece, estamos acostados
espalda contra espalda,
pared de hielo que fuera lecho de calor,
arenal de ardiente oleada,
eco de sugerentes palabras,
en los días que el amor presidía
todos nuestros rincones.
Rubén Álvarez Vázquez
fabriziodisalina.wordpress.com
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