Tic-Tac.
Tic-Tac.
Comenzaba a amanecer. El tono arrebol del cielo entraba por los ventanales, señalándome sin misericordia la salida de tu habitación. A mí, que me abrazaba a tu cintura, en un último intento por sentir el calor de tu piel.
Era tarde. Y tenía que huir: de lo nuestro. De ti y de mí.
El recuerdo del beso en la frente me atormentaba mientras conducía hasta la entrada destartalada de aquella prisión.
Mi cliente por fin volvía a respirar en libertad.
Él, que puso su confianza en una recién licenciada.
Él, el más peligroso y despiadado narcotraficante de las costas de Ferrol.
Yo. Muerta de miedo… y de envidia. Pues sabía que, una vez lo llevara hasta su lujosa mansión de las afueras, tenía que despedirme para siempre de ella.
Su esposa y mi amante.
May Olivares
atintachina
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Fabio Descalzi
blogdefabio.com
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