Cuanto más me envuelvo
en este mundo cíclico, transparente
de los sueños y silencios,
oleado por vientos
que portan espumas radiantes y efímeras
más cerca estoy de la más tangible tierra
que escapa a los relojes
y a los sentidos, que apenas roza
tangencialmente la palabra:
la más limpia y más inmediata
en su manar del centro de los días,
de la sangre, del temor, de la alegría blanca.
Y este mundo que encuentro
en huida y en búsqueda,
tempestad y refugio, brota
de mí y todo lo empapa bajo una luz íntima y externa
o acaso se derrama
sobre mí desde todas direcciones y estalla
por dentro en abanicos naranjas y rosados,
en llamitas
hermosas y bravas que danzan en amplias cabriolas,
que arden sobre la nada como sinceros niños y valientes.
E intento yo vaciarme
tembloroso sobre mis hermanos
a través de la palabra, de la mano
cálida y sus trabajos,
del gesto brillante y diminuto que nace en los ojos.
Y pido
que se vacíen ellos sobre mí y yo comprenda,
pues yo solo me apago y escuchando
con la carne abierta más me adentro
en la tierra tangible, el mundo cíclico, los silencios
y los sueños.
Fernando Benito F. de la Cigoña
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