Ruge la reina en su prenda escarlata.
Siembra la guerra que los Dioses desatan.
Camina tranquila cual ninfa de río,
ejecuta a miles de un simple suspiro.
¿Cuántos varones habrán caído
bajo las fauces de su belleza?
¿Cuántas doncellas se habrán sentido
infames ratas en su presencia?
Sabia e ilustre, no me traigas más penas,
libera a este siervo de tus rudas cadenas,
de tus rayos y lluvias
en la maleza ardiente,
de este umbrío viento
que mi apego desmiente.
Huye conmigo a los lares de Viena.
Deja Florencia y sus noches de seda.
Urde París con los llantos del Sena,
¡evita al rey y la torre que hospeda!
Sé bien que harás caso omiso
de este pícaro juglar,
que no habrá más que abrazos
en la sangre del telar,
y aunque surja de mi ánima
apolíneo pergamino,
fallarán aquestos trazos
al forjar nuestro camino.

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