Ante mí las puertas del signo.
En su frontispicio hay escrito:
“He aquí la palabra,
he aquí todo lo que esta contiene.
He aquí, primero:
la letra, solo ella, y allá nada más ahora es,
más allá de Nada, solo
todo el vacío, el silencio todo, que es
toda pulsación aún no vivida, es
sangre inmanente al aire vacuo aún no cortado por el gesto todo.
Es calma agua nacida y silenciosa
es cuerpo de noche aún no estrellada, es
un puro espacio, jaula y
figura de la nada pura;
todo lo que el vacío nombra.”
Mi voz quiebra:
—Con afilado lloro os tallo en el enigma del papiro:
¡hablad, palabras! Mostraos, ¿qué ocultáis?
Así ansío, a través del ademán secreto,
la extraña víscera de vuestro mundo.
El dintel prosiguió:
“Por último:
todo cuerpo, tormenta toda,
toda garganta que ahora brama toda
llaga que hiere el mundo, la sangre toda,
allá, en las infinitas nieblas sombrías,
allá, en los fantasmas que son otros,
allá figuras palpitantes aún no holladas
allá nuestra candela que tras las pupilas prende,
con ella ahora desvelas lo que los serafines tras encendidas alas guardan:
una vida,
que es
profundo fuego fractal del recuerdo, que es
toda la carne,
toda la sangre de la luz.”
Mi lengua, mi mirada son quemadas,
(los nombres han ardido, ha ardido toda imagen).
Una última pregunta entre mis labios se extingue:
“Poesía, amor, lenguaje, verso, aliento… ¿Qué nombre en sí oculta el nombre?”
En el dintel del signo siempre estuvo escrito:
“Jamás podrá nadie responder a lo que, joven, preguntas, sino
más allá de nuestro espacio donde solo es la forma de una noche hueca,
allá donde no es el nombre,
allá donde no es la imagen,
allá donde solo son
restallantes columnas bajo el espacio primitivo de un papiro incoloro,
allá donde solo es
nuestro extraño sino,
allá donde por siempre es
el imposible nombre de una vida.”
Jaime Calaforra Arranz
@jcalaforraarranz
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