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Del dolor al Amor

Hay muchas cosas que solo se pueden aprender a través del dolor.

No hablo desde la voz judeocristiana que prescribe castigo y penitencia como único método íntegro para lograr la salvación, sino desde la voz inclusiva que reconoce que hay revelaciones que no pueden florecer si no se han formado previamente llagas en el corazón.

El dolor es un gran maestro que nos enseña una misma lección de infinitas formas diferentes. El aprendizaje último es el de comprender que la vida –para sentirla de verdad y no pasar por ella como si tan solo de un sueño se tratara– hay que vivirla con Amor. Con Amor de verdad, con la A en mayúsculas, y no con el mandato del amor romántico e idealizado que nos han querido vender.

Vamos dando tumbos por el mundo persiguiendo ambiciones que creemos propias con el fin de triunfar o de cumplir expectativas poco realistas para llegar a ser algo por lo que merezcamos ser amados. Es el cuento de siempre. Personas frustradas que, por mucho que contorsionen sus brazos, sus cerebros o sus almas en la danza macabra y extrema de la exigencia social, nunca podrán alcanzar lo imposible. El único éxito real es vivir la vida con presencia y con Amor. Utilizo Amor como un término que lo engloba todo; el Amor como sinónimo de Dios. La única verdad. Puedo parecer hipócrita empleando estas palabras porque cualquiera que me haya conocido sabrá que no creo en el Dios cristiano del que me hablaron mis padres, ese por el que tantos devotos se desgastan las rodillas en los bancos de la Iglesia rezando con los ojos en blanco por cosas que no necesitan. No, no creo en ese Dios cruel que dictamina: «sé bueno o arde en el infierno», al mismo tiempo que nos hunde en la miseria con la presión de sus órdenes. Para mí, Dios es una energía todopoderosa contenida en cada una de las criaturas y cosas que componen el universo infinito. Vivir con Amor es vivir consciente de que Dios está en todo. Vivir con Amor es vivir consciente de que se es Dios. El problema de este conocimiento esencial es que, tan pronto como se entiende, se disipa. Hasta que un nuevo quejido del alma se abre paso en la garganta implorando con desesperación su retorno.

La locura es como ese quejido: el grito final de un alma cansada. Los locos no somos los desviados de un camino de salud, sobriedad y rectitud. Los locos somos la vida misma protestando contra la atrocidad de la esencia humana. El aullido de la mente suplicando un poco de coherencia en una existencia caótica. La rebelión del espíritu implorando el encuentro definitivo con Dios en un mundo que tanto duele.

laura carrillo palacios autora escritora

Laura Carrillo Palacios
@laia_bonheur
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