relato sobre niño perdido
2 minutos

Responsabilidad de Dios

Un niño de ojos tristes me tomó la mano en el mercado municipal mientras yo paseaba por allí haciendo el intento de ahorrar dinero. 

—Oiga, me perdí —me dijo él.

Yo le miré el rostro sucio, no podía tener más de ocho años. Sentí pena. 

—¿Cómo llegaste aquí, niño? ¿Con tu mamá? —pregunté mientras buscaba auxilio con mi mirada en las personas que se esforzaban en ignorarnos.

—No, con mi papá. 

—¿Y dónde está él? 

—¡No sé! Si lo supiera, no estaría perdido.

Lo sostuve fuerte de la mano. Por un instante, la humanidad que aún quedaba en mí le ganó a la apatía. 

—Te ayudaré a encontrarlo —le dije con la voz de huevón que tengo cuando intento hablar en serio—. ¿Dónde lo viste por última vez? —Él me señaló una calle llena de barro, plátanos y ruido.

Nos sumergimos en el mar de gente. El olor a pescado se instaló en mi tapabocas para no irse nunca. Sin pistas no iba a encontrarlo, así que pregunté:

—¿Cómo es tu papá? ¿Cómo estaba vestido?

Él se metió el dedo en la boca, rebuscó el recuerdo de lo último que había visto de su padre y respondió:

—Su camisa era rosada, como las de mujeres, pero él es hombre. Su cabello es amarillo porque se lo pintó antier. 

Pensé que tardaría en encontrarlo, pero no fue así. En medio de la corriente de compradores y vendedores de cualquier mierda, lo vi. Alguien estaba gritándole, lo rodeaban tres hombres. Pude escuchar sus últimas palabras.

—Marico, yo te pago, te lo juro. Déjame comprar algo para el carajito y llevarlo a donde su abuela y nosotros resolvemos…

—Cállate la boca, mamagüevo. Vamos a visitar a tu abuela también. Suerte que ese carajito no está contigo porque también va pa’ esa.

El padre se echó a llorar, los hombres arrastraron su cuerpo vivo como si ya estuviera muerto. 

Miré al niño; él lo ignoraba todo. Solté su mano, le coloqué mi gorra en la cabeza y le dije: 

—No regreses a tu casa. Busca a la policía, olvídate de tu papá.

No lo entendió. 

—¿Qué? ¿Por qué? —me preguntó.

Decidí no responder. Le deseé suerte, introduje un cambur en su bolsillo y luego me fui de ahí intentando disimular el pánico. Él estaba a su suerte, ahora era responsabilidad de Dios.

Solo espero que no hayan logrado encontrarlo.

jesus martinez escritor

Jesús Martínez
@jesus_escribe
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