2 minutos

19 de abril del 2017

Me hallaba en medio de una protesta que se había tornado violenta en una de las zonas céntricas de mi ciudad, en La Copita. Escuchaba disparos, olía el gas lacrimógeno y mis piernas temblaban.

Los funcionarios de seguridad del Estado se habían aliado con malandros armados con piedras y pistolas; los protestantes no teníamos forma de hacerles frente. Sin embargo, nuestra obstinación provocó que la lucha se prolongara durante una hora y media. Fue entonces cuando decidimos huir.

Me refugié en una casa de la zona junto a otros cuatro protestantes que no conocía de nada. Allí vivían mujeres de enorme corazón que decidieron abrirnos las puertas antes de que el pandemonio nos arrastrara consigo. Un equipo blindado de la Guardia Nacional y un grupo armado de malandros vestidos de rojo merodeaba los alrededores de nuestro escondite.

Tenía mi teléfono en la mano. Pude ver en él videos de cómo nuestros persecutores ingresaban en otras casas de la zona para golpear, robar y detener a quienes hubiesen estado protestando, y también a cualquiera que los estuviese ayudando. Mi corazón latía con fuerza, estaba muriéndome.

En ese momento, la puerta fue golpeada violentamente.
—¡Abran esa mierda, sabemos que allí tienen gente escondida! —escuchamos los cuatro. Pensábamos que era nuestro fin, pero nuestras protectoras tenían un plan.
—Métanse en el cuarto de mi abuela y no hagan mucho ruido —nos dijeron las mujeres. Luego se acercaron a la puerta y gritaron—. ¡Aquí no hay nadie que no sea de nuestra familia, vayan a joder a otros!
Una morena de enormes nalgas nos llevó a una habitación desordenada, sucia y humilde, donde había un pequeño televisor. Allí se me ocurrió una idea:

—Quítense las camisas, escondan los bolsos y échense en las camas, yo voy a poner el partido del Barcelona contra la Juve. ¡Si alguien entra para acá a preguntar cualquier mariquera, nosotros somos cuatro panas viendo un juego juntos y ella es mi novia! —les dije, mientras le agarraba la mano a la morena y le sonreía. Los tres estuvieron de acuerdo, ella también.

Durante 105 minutos, mi mente divagó entre la agonía de los disparos, los constantes ruidos de golpes en la puerta, los gritos turbios del hampa suelta en la calle, la tristeza de ver un Barcelona incapaz de marcar un gol y el hermoso culo de mi protectora.

El partido quedó 0-0, la guardia despejó eventualmente las calles y uno de mis compañeros logró comunicarse con un moto-taxi para que nos recogiera. Antes de montarme por primera vez en moto y huir, le pedí el número a la morena, pero nunca la llamé porque supe que emigró del país a los pocos días.
Eso fue lo que viví el 19 de abril del 2017.

jesus martinez escritor

Jesús Martínez
@jesus_escribe
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