De tu boca pende una triste sonrisa. Triste porque es de esas que duele ver, que aunque asemeja sonrisa por fuera, es un llanto apenas contenido en tu interior. Es un canto al dolor, una oda al sufrimiento, una obra de arte que recibe una atención no reclamada. Es la sonrisa del epíteto de la pena que esconde el pesar de un alma que ya no puede ser expresado tras el iris de los ojos.
Es la única respuesta a la pérdida, la máscara veneciana tras la que te ocultas otro día más para poder sobrevivir. Porque tú ya no vives, te limitas a existir tras esa sonrisa oxidada que cada día es menos creíble.
Yo no sé cómo sabe ese dolor, ni qué sonidos trae consigo cuando todo calla. Tampoco soy conocedora de lo que se siente, ni de si hay luz u oscuridad allá donde te lleva. Lo que sí conozco es la antítesis de esta pena, conozco tu amor y tu felicidad que el tiempo me regaló. El mismo que a ti te lo arrebató.
Ese mismo tiempo será quien te cure, el que sane tu interior y reflorezca tu exterior, en el momento exacto en que tú le permitas cuidar de ti. Hasta entonces yo estaré aquí, en la distancia, donde tú me dejaste al pulsar el botón de pausa de manera indefinida. Ya no te voy a buscar, no puedo luchar mis batallas y a la vez sostener en alto tu escudo en las tuyas. El precio es demasiado alto.
Deja una respuesta