Me alejé de ti mientras veía un nuevo amanecer.
Salí corriendo a la velocidad de la luz.
Sin mirar atrás.
Y aún así,
fuiste capaz de alcanzarme.
De hacerme tropezar.
De caer una y otra vez en tus redes.
Podridas.
Rotas.
Redes que me amarraban a ti como tentáculos.
Succionándome la vida lentamente.
Eras el pescador furtivo.
Cazador de sentimientos.
Asesino de inocencia.
Y yo,
cirujana a tiempo completo de mi corazón.
Suturando los mismo pedazos cada día,
hasta hacer cicatrices queloides.
De esas que te rozan y duelen.
De esas que no vuelven a cicatrizar bien.
De las que sólo quedan texturas con relieves.
De las que, ni el mejor cirujano del mundo puede arreglar.
Y quedan marcadas a fuego.
En mi piel.
Eternamente.
Recordándote.



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