En las noches de invierno,
tan tímida y tan callada,
siempre está Catalina
recostada sobre su cama.
A ella siempre le atraían
la sangre y las cucarachas;
las miraba con ternura
y entre sus manos las tomaba.
Gustaba de cargar sapos;
a la gente no soportaba.
Detrás de su tierna sonrisa
su verdadero mal ocultaba.
Pero era solo una niña,
leer cuentos también quería,
y si alguien la interrumpía
el cuello le cortaría.
Una vez leyó
El esqueleto ladrón,
y de un pobre hombre
solo dejó huesos y corazón.
Un día la nena jugaba,
a un conejo quiso atar
a un cohete de pólvora,
que en segundos hizo explotar.
“Oh, la nave ha fallado”,
le dijo a su capitán,
sonriéndole a su perro
tan oscuro y fantasmal.
Muy desordenada su casa,
con telarañas por doquier,
las cortinas eran de polvo,
nunca había limpiado recién.
No dejaba entrar extraños,
cuidadosa sin mirar a quién;
a todo aquel que toque la puerta,
lo tajaba y guardaba bien.
Ella nunca dormía,
y no despertaba en las mañanas;
en su cabeza negra vivía,
entre huesos, ratas y arañas.
La chica no caminaba,
no se sentaba ni se paraba,
se veía postrada en una cama,
mirando al techo o quizás a la nada.
En su cruento mundo moraba
inmóvil, quieta y sedada,
porque la delicada Catalina
esquizofrénica estaba.
Joselyn Revelo



Replica a lunacaotica Cancelar la respuesta