Mira, todo el mundo sabía que se iba a tirar. No había de otra. Al menos eso es lo que leí en Facebook al otro día. Aunque yo lo supe primero. Lo vi todo desde tempranito porque vivo en el condominio de al lado. No chica, el otro. Exacto. Ese. Por eso te digo que pude verlo todo. Aunque parecía una hormiga desde mi balcón, como cuando se va a los conciertos y se paga por el asiento más barato. Así me sentía. Viendo un show. La gente abajo aglomerándose también como hormigas cuando cae azúcar. Tengo un tío que dice que lo morboso atrae, ¿y que más morboso que un tipo que está en un piso —creo que en el número veinte— a punto de tirarse? Azúcar de la buena ahí para los medios, más que todo. Ellos fueron de los segundos en llegar. Hay un cuento que leí de jovencita que me recordaba todo esto. “Salto vital”, “Salto al vacío”… era algo con “salto”. En vez de un hombre era una mujer la que se quería suicidar. No recuerdo el final para serte honesta. Solo recordaba preguntarme ¿por qué una mujer? Con los años entendí por qué. A lo que voy es que, lo que vimos ayer no parecía ni de un cuento. El hombre que parecía una hormiga miraba a lo lejos, como en un trance. El cielo no tenía ni una nube. Azulito, azulito. Entonces empecé a escuchar a la gente de abajo gritar. Las ambulancias. Los bomberos. Mi gato maullando como si estuviera pariendo en ese mismo instante y… ¡fuuua!
No, nena. No se tiró. Fue peor. De la nada comenzamos a escuchar una vibración. No. Perdón. A sentir una vibración y luego a escuchar aquello. Parecía sacado de otro libro que no pienso mencionar porque no soy tan creyente como piensas. Aunque veas esa cosa ahí en la pared trepá, es por respeto a mi querida madre —que en paz descanse—. Todo se trepa encima de uno siempre. Las costumbres. Las malas mañas. Los vicios. Los hombres que parecen hormigas sobre los edificios altos de veinte pisos. Sí, sí. Ya. Me distraje. Perdón. Lo que se sintió no fue como la vibración de un temblor. Y te voy a explicar la diferencia. Cuando para los temblores de Ponce uno sentía una cosa en el piso. El pa’quí, pa’llá que se le trepaba a una por los pies y le hacía hasta cosquillas en las rodillas. No era eso. Nada de eso. Uno lo que sentía cuando comenzó a vibrar era otra cosa. ¡En la cabeza! Como cuando te vas a morir, pero no te mueres. ¿Sabes a lo que me refiero? Algo así como un orgasmo, pero sin el gustito. Luego llegó lo peor. El sonido. No quiero decirlo, pero lo fue: era el sonido de una dichosa trompeta.
El hombre ese se lanzó por fin, ¿y a que no adivinas qué pasó? No, nena, no. Nada de eso. Si el edificio midiese lo que mide este dedo… como por aquí por la mitad de mi dedo, esa hormiguita comenzó a sacar alas. Lo juro. El hombre extendió las manos y sacó alas. Así mira… y blancaaaas. ¡Como en las películas! Dos en cada omoplato. Esa palabra la sé porque lo leí en la Internet. Se fue volando el condena’o… bueno, el bendecido debo decir. Yo seguiré siendo atea hasta que me muera. A mí no me importa si los hombres ahora empiezan a sacar alas en intentos de suicidios. De seguro si era una mujer la que se lanzaba y volaba hasta los aires… nadie volvía a creer así tan fuerte en Jesucristo.

Irving Saúl
irvingsaul.com
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