4 minutos

Nite Fina

Sábado. ¡Qué puto calor! ¿A quién se le ocurre salir a las seis? Es la peor hora para estar en la calle. ¿Qué hago yo asándome aquí? Ojalá no tarde mucho este man…

Seguía con la mirada una hilera de hormigas mientras esperaba a “Nite fina” (tampoco lo entendí al principio, pero así me había llegado el contacto en WhatsApp) en el mercadillo invisible. Un lugar en ninguna parte, pero presente en todas las ciudades donde para vender no hace falta gritar y donde para comprar solo hace falta ser una sombra. El lugar vestía coloridas piezas de grafiti y mierdas secas. Sí, humanas. Mierdas que, obviamente, nadie limpiaba y a los que los cuarenta grados de la ciudad les despojaba de toda la humedad con la que algún cuerpo las había expulsado.

Mirá esas hormigas en idas y venidas degustando un polluelo muerto… Qué frágil y qué color gris tan feo tiene… El pobre, además de vivir poco, se perdió de la mejor parte de ser un pájaro: volar. Comer y ser comido. ¡C’est la vie!

¿Arrugaron la cara? Gran tabú la caca. Milan Kundera escribió que defecar es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. ¿Cómo va a cagar la gran obra maestra de Dios? Y aun así nos masturbamos constantemente con la imagen de nuestro propio arquetipo (superior, único y perfecto) para justificar cometer cualquier barbaridad. Entonces, ¿solo rompe ese contrato social de no cagar en público quien no tiene un hogar para hacer caca en paz? Esas mierdas secas pueden bien ser una humillación, y por consecuencia el motivo de creación de una ONG que se llame Cagando Por La Dignidad o algo así; o quizás es más bien la sociedad la que ha roto el contrato. Y por eso cagan donde sea.

¡A la puta! ¡El pajarito se mueve!
Aghhhh ¡Qué horror!
Con sus últimos alientos hace ademanes inútiles para detener la tortura
Está incómodo, adolorido, agonizante…
He aquí un ejemplo de cómo la naturaleza de todo ser vivo es llevar su vida hasta las últimas consecuencias.
Aunque la esperanza se haya acabado.
Aunque no haya nada que hacer.
Aunque te estén devorando vivo.

La locación estaba lo suficientemente cerca de los sitios emblemáticos de una bella ciudad del sur europeo, pero a su vez lo suficientemente lejos socioeconómicamente como para ilustrar la alegoría de una postal urbana perfecta: desechos humanos, grafiti, un parque abandonado… De las ventanas del bloque de al lado ondeaban las cortinas blancas que bordaron abuelas torturadas, noche tras noche, por jóvenes que ejercen su juventud a partir de la una de la madrugada. Y debajo de las ventanas no hay pala que recoja la alfombra de hojas muertas. Estas solo dejaban este mundo cuando llegaba su turno de ser pisoteadas y, al desintegrarse en un crujido, revelaban un inframundo de colillas de cigarros.

Qué hago, ¿matarlo?
Por piedad, ¡tengo que matarlo!
Es mi deber moral como ser viviente que presencia el sufrimiento de otro ser
sin remedio ni salvación
Pero ando en chanclas…
¿Cómo lo mato?
Esperá, ¿tengo el coraje de matarlo?
Cada minuto que pasa y no lo mato sufre más
¿A qué estoy esperando?
¡Matalo! ¡Matalo ya!

Costó dar con alguien como “Nite fina”, pero fue fácil engañarlo. A estos hay que contarles mil milongas para obtener lo que se quiere. No le valió de nada tener activada la eliminación de mensajes cada 24 horas. Le dije que tenía amistad con alguien que él conocía, pero en realidad yo no sabía quién era. Me lo habían soplado. Al principio dudó. Lo toreé a lo Juan Belmonte hasta que se lo creyó todo. De él no emanaban los indicios de las grandes inteligencias.

Cada sacudida que pega el pajarito me desata la mismísima guerra
¿Ganará la moral o mi condición de urbanita?
La criatura todavía aguanta… ¿Cuánto tiempo llevará sufriendo?
Ok…basta.
Voy a aplastarle la cabeza con la rueda de la bici.
Inhalo…Exhalo…
A la cuenta de tres…
una…
dos…
¡y…!

Llegó el susodicho. Venía en su patinete eléctrico, con su pelo engominado hacia atrás, luciendo una camiseta de tirantes negra de malla de esas ochenteras. Sí, de esas que transparentan los pezones. Definitivamente esa prenda no debería existir. La escena trajo consigo el groove gitano de Los Chichos: Porque todo lo que piensas tú ¡son ilusiones…! Hablamos brevemente del personaje que supuestamente teníamos en común. “Hace mucho tiempo que él se fue… ¡por eso cuando me dijiste no me acordaba!”, me explicó el imbécil. Dijo su nombre. Tres minutos después yo ya lo había olvidado. Chocamos las manos rápidamente a la altura de las caderas y me fui. Nunca más lo volví a ver.

Su destino hoy era morir cruelmente
Yo también voy a morir
pero, que yo sepa, mi muerte no es inminente como la del pajarito
Entonces, ¿por qué me siento tan culpable?

Sol Acuña
@laultramarina
Leer sus escritos

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Entradas relacionadas

A %d blogueros les gusta esto: